domingo, 28 de septiembre de 2008

A polis y ladrones – El mirón (IX)

Así que, una tarde después de las clases, decidí pasarme por la comisaría a poner en conocimiento de las autoridades competentes ciertos aspectos de mi comunidad de vecinos sobre los que creía que era importante que estuvieran al corriente.

Mientras esperaba, pensé que no tenía claro si prefería que me atendiera Santiago o no, teniendo en cuenta los evidentes sentimientos que despertaba en mí y lo inadecuados que resultaban dado su estado civil. Pero no tuve elección, me vino a buscar él.

En primer lugar, le manifesté mis dudas sobre el llamado “piso maldito” de nuestra comunidad. Le expliqué lo que la Paqui me había contado acaecido en los 70 y que había conmocionado a todo el barrio. En aquel piso vivía un matrimonio que fue brutalmente asesinado una noche mientras dormían, y tras el monstruoso homicidio de los dos apreciados convecinos, que aparentemente llevaban una vida rutinaria y apática, o sea, normal, nunca se supo quién cometió el crimen. Al poco tiempo, el único hijo del matrimonio, que ya no vivía con ellos, se deshizo del piso y lo vendió a alguien que siempre se había mantenido en el anonimato y que lo había tenido desde entonces cerrado a cal y canto. Y a mí, había algo que no me encajaba. Porque yo creer, me puedo creer que un piso tenga fantasmas, y que las almas en pena de los terriblemente asesinados allí, vaguen desconsoladas por el piso sin poder descansar y se dediquen a subir y bajar las persianas eternamente para llamar la atención de los vecinos, que vislumbran sus espectrales sombras tras las ventanas. Eso me lo puedo creer. Ahora, lo que no me puedo creer es que, en pleno desenfreno especulativo inmobiliario, el propietario de ese piso no le haya sacado el máximo provecho, cuando en ese barrio se habían vendido como rosquillos cuchitriles a precio de mansión de lujo.

El segundo tema que me tenía en vilo era la desaparición de Esther, la excompañera sentimental de Paco. Le expliqué que se había esfumado sin dejar rastro, ni siquiera se había despedido del trabajo, precisamente unas semanas antes del asesinato del mirón. El pequeño detalle que eludí contar a Santiago era que Paco había estado a punto de estrangularme en nuestra clase de defensa personal, pero pensé que iba a inculparlo demasiado, y había algo en mi interior que me decía que, aunque a lo mejor tenía algún problemilla psicológico, Paco no era un asesino, pero me quedaba un pequeño resquicio de duda y creía importante investigar qué había pasado con Esther.

Estuve allí casi dos horas, él me preguntó también por los demás vecinos y yo le conté lo que sabía y me pareció relevante. Y también hablamos de cosas que iban surgiendo en la conversación y que no tenían nada que ver con el caso...

Cuando salí de la comisaría, sentí el impulso de volver a entrar y quedarme allí con Santiago toda la vida, pero me puse en dirección a la frutería de mi barrio.

Cuando llegué, vi que también estaba Nuria, la de los Serrano, que hablaba airada con la cajera que le pesaba la fruta sobre los trámites de adopción de la niña china.

-Mira, estoy harta de que nos pongan tantas pegas. Pues no nos dijeron el otro día que si ya teníamos cinco, para qué queríamos tener más. Y a ellos qué les importa, si económicamente podemos. Mira, me entraron ganas de coger el boli y clavárselo a la tía en la frente...

Ni siquiera se dio cuenta de que yo estaba al lado pagándole a la otra dependienta, intenté que mi presencia pasara desapercibida y salí sin que me viera. Me pregunté si Nuria sería capaz de matar realmente a alguien, porque decir, muchas veces decimos barbaridades que luego no haríamos.... ¿o sí...?

En ese momento, vi que el presidente de nuestra comunidad se acercaba caminando hacia mí, mientras hablaba concentrado por teléfono sin fijarse en mi persona:

-No, no te preocupes, nadie se va a enterar, está todo atado y bien atado...

Me empecé a poner nerviosa... Intenté tranquilizarme pensando que, trabajando en Hacienda, y teniendo los entretenimientos sexuales que tenía, esa frase podía referirse a cualquier otra cosa... Pero, lo que me aterrorizó realmente fue, al abrir la puerta del portal, ver que estaban esperando el ascensor Doña Urraca y el señor Mateu. No tenía escapatoria, tenía que subir con ellos. Ella me miró de arriba abajo y, con su habitual acritud, en seguida me sacó uno de los dos temas recurrentes que todo el mundo te suelta cuando eres profesora, que hay que ver cómo está la juventud de hoy en día, que que maleducados que son, que adónde vamos a ir a parar, virgen santa... El otro tema recurrente, el del chollo de las vacaciones, no salió. Ella habló todo el rato sin parar, yo no hacía más que asentir, el señor Mateu tampoco dijo ni pío, se limitaba sonreír. Me parecían tan siniestros los dos... Afortunadamente, ellos bajaron en el tercero. Al llegar a mi planta y abrirse las puertas, me encontré a Pere y ambos nos asustamos al vernos. Me soltó nervioso que había decidido subir andando (¡al octavo!) para hacer ejercicio. Eso no me lo creo yo ni harta de vino, Pere es de los coge el coche hasta para ir a comprar el pan a la vuelta de la esquina.

Cuando entré en mi piso, cerré la puerta echando el cerrojo sintiendo el corazón que se me iba a salir del pecho. Cualquier mínimo detalle me hacía sospechar de todos y cada uno de mis vecinos. Me iba a volver loca. Me quité los zapatos y me fui a tumbarme al sofá. Me apreté un cojín contra cara y grité con todas mis fuerzas.

domingo, 21 de septiembre de 2008

A polis y ladrones – El mirón (VIII)

Dicen que el hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra. Pues la mujer, también.

Al día siguiente, volví a mi piso con la intención de llevarme lo necesario para irme a pasar una temporadita a casa de mis padres, siguiendo la juiciosa recomendación del agente Santiago. Ordené el piso y cogí la ropa que necesitaba. Al cerrar la puerta del armario, sentí que había visto algo que no me cuadraba, aunque no sabía qué era. Así que, lo volví a abrir y lo examiné bien, pero no veía qué era lo que me había llamado la atención. Conque lo dejé estar y me puse a meter la ropa en la maleta. Entonces me di cuenta. Fui de nuevo el armario y, repasando el cajón de la ropa interior, comprobé que quien entró en mi casa SI se había llevado algo. Unas braguitas. Eran de esas que guardaba para una ocasión especial, y que, cada vez que abría el cajón, estaban ahí para recordarme, por si algún día se me olvidaba, el tiempo que llevaba sin comerme un rosco. Y eso sí que no estaba dispuesta a pasarlo. En mi casa no entra ningún asesino de tres al cuarto, que casi necesita un cursillo para degollar al de Cardona, y se lleva una de mis braguitas que llevo tanto tiempo guardando con todo el cariño esperando que lleguen días mejores a mi cama.

Bajé al bar a comunicarle a la Paqui mi descubrimiento y mi consiguiente decisión.

-¿Y estaban limpias? – me preguntó
-Pues claro, si estaban en el armario.
-Será un fetichista...
-Pues igual sí... Pero te digo una cosa. Yo ahora sí que no me voy de mi casa, y no sólo eso, sino que pienso descubrir quién ha sido.
-Cuidadín, cuidadín... a ver si por culpa de las dichosas bragas te va a pasar algo...
-He pensado apuntarme a clases de defensa personal, algo me dijo Paco ayer...
-Oye, por cierto, ¿te acuerdas de uno de los policías que vino ayer? El que te habló cuando vinieron a buscarte no, el otro.
-Sí...
-¿Sabes con quién está casado?
-Vaya, qué raro... – murmurando irónicamente
-¿Qué raro el qué?
-No, nada, no me hagas caso... ¿Con quién está casado?

-Con una de tu edad, la hija de los de los pollos asados de la calle Mauritania....
-¡¿Mireia?!
-Sí...
-No...

Al día siguiente, acudí al centro en el que trabajaba Paco como profesor de taichí, donde yo misma asistía a sus clases y anteriormente ya había realizado cursillos varios, como salsaterapia, danza del vientre o pilates, y le pregunté sobre lo que me había hablado de defensa personal el día del allanamiento de mi morada. Me contestó que él mismo podría enseñarme, y a mis dudas sobre si alguien de mi estatura y complexión podría defenderse del ataque de un tiarrón, me respondió con un simulacro de agresión de él a Sara, la nueva profesora de pilates, angelical, delgada y no mucho más alta que yo, y comprobé que no sólo podía zafarse de su agresor, sino incluso llegar a darle una buena tunda.

De todas formas, me resultaba difícil imaginarme a mí misma volteando a un tío tres veces más grande que yo, pero me dije que de algo me serviría.

Durante aquella semana hicimos un entrenamiento intensivo. Uno de esos días, mientras estaba practicando con Paco como deshacerme de alguien que me está intentando estrangular con su brazo por detrás, se me vino a la cabeza la repentina desaparición de Esther, su novia, hacía unos meses, y no se me ocurrió otra cosa que preguntárselo en aquel preciso momento:

-Oye, Paco, ¿y no has sabido nada más de Esther? ¿Es raro que nadie sepa nada de ella, no?

Como estábamos practicando delante del espejo, pude ver su cara, y como al apacible Paco le cambió el semblante y se le nubló la vista, y, sin contestarme, serio e inmóvil, como ido, me apretó aún más el cuello, y yo, que me estaba quedando sin respiración, pronuncié un par de veces su nombre casi sin voz, sin poderlo sacar de su trance. Justo en ese momento, entró providencial la profesora de salsaterapia para avisar que ya se nos había pasado la hora. Entonces, Paco volvió en sí y yo pude respirar.

-No, no tengo ni idea de donde está- me respondió - Como dice Confucio, no pretendas apagar con fuego un incendio, ni remediar con agua una inundación.

Mientras me cambiaba en el vestuario, me pregunté si la desaparición de Esther y el asesinato del mirón no podrían estar relacionados. No me podía creer que mi estimadísimo Paco fuera un asesino, pero sabía que, antes de encontrar su camino junto a Confucio, había tenido un pasado bastante violento. Y bueno, conmigo se le fue la pinza por un momento y había estado a punto de estrangularme...

Durante toda aquella semana no había visto al agente Santiago. Bueno, a decir verdad, no lo había visto con los ojos abiertos, pero sí había soñado con él una noche. Pensé que quizá podría pasarme por la comisaria para comentar la desaparición de Esther y también abordar otro tema que me rondaba la cabeza, el “piso maldito” de nuestra finca...

domingo, 14 de septiembre de 2008

A polis y ladrones – El mirón (VII)

Pocos días antes, había leído en un libro del Punset que, en contra de lo que te dice el raciocinio y la sabiduría popular, más que con el roce y el cariño, a tu media naranja la encuentras por flechazo, porque tus sentidos y tu intuición captan inmediatamente con quien eres compatible. En cuanto uno se pone a pensar, lo estropea todo.

Pero yo, haciendo caso omiso de mi corazón, ordené desde mi cerebro que se fueran a freír espárragos las dichosas mariposillas que revoloteaban en mi estómago, cuando, desde el bar de la Paqui en el que estaba esperando, vi salir del coche patrulla al agente Santiago, por mentirosas, inducirme a infundadas esperanzas y una vez más arrastrarme más que previsiblemente a la debacle sentimental total.

Salí a su encuentro y ellos al reconocerme se acercaron a mí, pero quien me habló fue el otro policía.

- ¿Nos ha llamado usted...?- me preguntó
- Sí, es que alguien ha entrado en mi casa.
- ¿Ha visto quien era?
- No... bueno, sí... una sombra... es que lo he visto desde otra casa...
- ¿Desde qué casa...?
- Eh...desde la casa del chico al que mataron...
- ¿Qué...?
- Bueno... es que... había una fiesta... y me invitaron...– ambos me miraron de arriba abajo - Bueno vale, voy a decir la verdad... Vi que había una fiesta y me colé porque quería comprobar qué se veía exactamente desde la habitación desde donde nos grababa.
-Puf... - bufó mirando a Santiago- otra con el síndrome CSI.- Anda, vamos a subir al piso- me dijo en tono condescendiente.

Cuando entramos, era evidente que alguien había estado rebuscando en armarios y cajones.

- ¿Cerró con llave al salir?- me preguntó el mismo
- No, salí con prisas y sólo le di un tirón.
- No parece que hayan forzado la cerradura, pero esto lo abre un niño con una radiografía. Mire a ver si encuentra a faltar algo.

El agente Santiago, que no me había dirigido la palabra en todo el rato, y al que yo tampoco había mirado a la cara aún, le dijo a su compañero que iba a preguntar a los vecinos del rellano si habían visto u oído algo. Después de echar un vistazo general, me pareció que no se habían llevado nada y el policía me recomendó que sería mejor que me fuera a pasar aquella noche a otro sitio, y yo le respondí que me iría a casa de mis padres.

Al salir, vi a Santiago interrogando a la violinista, que le contestaba con la puerta entreabierta que no, que ella no había oído nada de nada, quizá porque llevaba toda la tarde escuchando la Marcha eslava de Chaikovski con los cascos.

Cuando llegamos al portal, me di cuenta de que lo que había pasado ya era de dominio público. Casi todos los vecinos habían bajado, algunos en pijama y otros en ropa de andar por casa, y tenían rodeados a dos agentes más que se habían quedado esperando en el portal asediándolos a preguntas y disposiciones.

Un policía desataba las manos al padre de la familia de rumanos inquilinos del piso de alquiler, a quien el señor Mateu había bajado maniatado junto con su mujer y su hija, mientras Doña Urraca le espetaba que se llevaran a toda la familia, que seguro que habían sido ellos.

- Señora, no estamos en el tercer Reich- le contestó el agente mientras deshacía el nudo marinero hecho con una soga gorda.

Nuria y Miquel, los Serrano, que habían bajado con los cuatro niños, pues esa semana les tocaba tenerlos a todos, preguntaban ansiosos al otro agente si estos hechos que estaban ocurriendo en la comunidad podían interferir negativamente en el expediente de adopción que habían iniciado de una niña china.

El presidente de la comunidad, con batín y zapatillas negras, departía con la madre Riba, con bata y zapatillas azul celeste, rulos y rejilla en la cabeza. Ella, con los brazos cruzados y una mano sobre la boca no hacía más que repetir que, adónde íbamos a parar, que ya no estaba segura una ni en su casa. Él, haciendo gala de ser asiduo lector de prensa, le contestó para tranquilizarla que pese a lo que pudiera parecer a la vista y oído de noticias y programas varios de sucesos, éramos uno de los países con el índice de criminalidad más bajo de la UE. Paco, que los había oído, se unió a ellos y sentenció:

- Como decía Confucio, trabaja en impedir delitos para no necesitar castigos.

Ella había bajado también a la abuela con Alzheimer en la silla de ruedas, que miraba a un lado y a otro y que pensaba que aquella congregación se debía a que iba a haber una boda.

El niño de los Riba llevaba el perro, un chucho canijo de esos que en cuanto te ven se te encara y se ponen a ladrar como un loco, por si no había suficiente alboroto ya. Al verme aparecer, el niñato gritó:

- ¡La profe de inglés va vestida de puta!- acto seguido su padre le dio un collejón y el niño le contestó: - A que te denuncio.

- ¡Qué guapa que va la novia! – añadió al abuela Riba- ¿Eres tú, el novio?- le preguntó a Paco.

Entonces, todos se percataron de mi presencia y se preocuparon por mi persona, si había sufrido algún daño, si sabía quién había sido, si me habían robado, si necesitaba algo...

Yo estaba un poco aturdida, oí que Paco me decía algo de unas clases de defensa personal, que el presidente hablaba de instalar una cámara de seguridad, aprecié como el señor Mateu miraba pecaminosamente el trasero de una de sus inquilinas Ecuatorianas... En ese momento apareció Pere y abrazó a Patricia, que lloraba desconsoladamente, y le aseguró que en cuanto hubieran vuelto a cambiar el suelo, puesto el tatami en la habitación, Jazzpel se dignara a instalarles el adsl, y tuvieran el agua osmótica, se irían a su nuevo pisito y abandonarían aquel horrible lugar.

El policía me propuso llevarme a casa de mis padres en el coche patrulla y yo accedí. Para mi sorpresa, cuando llegamos, Santiago, que no me había dicho ni mu hasta aquel momento, se bajó del coche y me acompañó hasta la puerta.

-Oye, no hagas más tonterías, que esto no es una película. Han matado a una persona. Ándate con mucho cuidado, y llámanos si pasa cualquier cosa.

Yo asentí con los ojos sin decir nada, porque si hubiera abierto la boca, se hubieran escapado mil mariposas.

domingo, 7 de septiembre de 2008

La planta más tímida





Para que luego digan que las plantas no sienten, la mimosa púdica se asusta en cuanto la tocan.