lunes, 31 de marzo de 2008

Body and Soul - En las cartas V


Aunque eran las siete de la mañana, ya hacía un calor para morirse. Y el día prometía, porque en la peluquería me esperaba el aire acondicionado estropeado, y podía poner la mano en el fuego a que los técnicos, que llevaban tres días dándome largas, no vendrían a arreglarlo. Pero yo me desperté contenta. Elegí un top de tirantes naranja fresquito para ponerme bajo la bata, sabiendo que iba a sudar la gota gorda. Hacía semanas que estaba de buen humor, por nada en especial, y por todo el general. La peluquería nos iba muy bien, no hacía nada espectacular con mi vida, pero me sentía bien conmigo misma. Hacía mucho que no había visto a Miguel, que había dejado de venir a la peluquería a cortarse, aunque sí que me iba enterando de algunas cosas de él a través de Laura, a quien al final se lo conté todo. De vez en cuando me acordaba de él, ya no lo odiaba, pero recordaba perfectamente lo mal que se había portado conmigo. En cualquier caso, prefería no volverlo a ver más, que la carne es débil y la mente, aún más. Al parecer, Sonia no se llegó a enterar, pero yo seguía sin poder atenderla y lo hacía Susana.

Después de desayunar, volví a llamar al técnico, a sabiendas de que me iba a tomar por el pito del sereno, como así fue, pero había que insistir. Fui a los chinos y compré cuatro ventiladores y unos cuantos abanicos y tuvimos la puerta de par en par todo el día, pero la calor allí no se podía aguantar. Aunque nosotras le echamos valor y alegría al asunto, y a las cuatro de la tarde en plena calorina, hasta hicimos imitación de los Locomía acompañadas de dos clientas septuagenarias.

Por la noche, antes de cerrar, salí a tirar las basuras.

Mientras estaba echando los plásticos en su contenedor, de repente, algo me hizo girarme, y vi que estaba esperando detrás de mí un chico con chancletas de la playa, pantaloncete del Barça y camiseta de los Mojinos Escocíos que sujetaba en la mano una bolsa del Mercadona llena de plásticos. Al girarme, me sonrió y yo le sonreí. Le brillaban los ojos, estaba despeinado, como un niño travieso, aunque él tenía cara de niño bueno. Me pareció guapísimo.

- Perdona..., ¿tú sabes dónde puedo encontrar una ferretería por aquí cerca? – me dijo cuando yo ya me iba.
- Pues mira, hay una en la calle Jabonería, giras allí en la esquina a la derecha y es la segunda, es paralela a esta.
- Vale, gracias... es que, cuando se llega nuevo a un sitio, hasta que no pasa un tiempo, va uno más perdido que un pulpo en un garaje.
-Sí, je je. ¿Te has comprado un piso aquí?
- No, no... es de alquiler, pero voy a hacer unos arreglos y voy a pintar...
- Claro... – sin saber cómo continuar
- Bueno... pues.... ya nos...
- ...Por cierto, que una de las cosas más importante es saber donde hay una buena peluquería, así que te informo que la mejor es aquella de allí...
-¿Dónde? Aquello que dice, bodi... algo en inglés, ¿no?
- Sí, Body and soul. Muy internacionales somos... viene la crem de la crem a peinarse...
-Pues sabes qué te digo, que si tenéis aire acondicionado voy mañana a cortarme y de paso echo un rato al fresco, que en mi piso no se puede estar...
-Claro que tenemos aire acondicionado, tú qué te crees, que mi peluquería es de categoría...
-Vale, pues entonces, mañana me voy a pasar después de comer que es cuando hace más calor...
- Realmente tendrías que ser muy gafe para que el día que vinieras estuviera estropeado...
- Entonces, ¿tú eres peluquera...?
- Sí...
- Pues si tú estás ahí, debe haber cola de tíos sólo para verte a ti...
- Ja ja, no tanto...
- Bueno, pues mañana voy a poner mi cabeza en tus manos... Sobre todo, no te olvides de poner el aire acondicionado...
-No te preocupes, será lo primero que haga en cuanto llegue...

Cuando volví a entrar en la peluquería, la vista se me fue hacia una caja de guantes, del tipo de los que utilicé para ponerle el tinte a la señora Pepa cuando vi a Miguel por primera vez, que no recordaba haber dejado sobre uno de los peinadores, y leí: “guantes de látex”.

domingo, 30 de marzo de 2008

Body and Soul - En las cartas IV


Necesitaba hablar con Mariluz, la mujer que me había echado las cartas dos años antes. La llamé al móvil varias veces pero siempre estaba apagado. Le dejé dos mensajes desesperados en el buzón de voz pero no me devolvió la llamada. Necesitaba verla como fuera, así que, decidí presentarme en el piso en el que me había echado las cartas. Llamé al interfono y nadie me contestó, aunque bajo su timbre seguía estando el papelillo pegado con celo al portero automático con su nombre escrito a mano. Aprovechando que un vecino salió, subí al piso, pero tampoco me abrieron. Bajé a preguntar por ella a la mercería de al lado y por fin supe algo. Se había ido al pueblo hacía unos meses a cuidar de su madre enferma, y sabían por una vecina del barrio que estaba en contacto con ella que su estancia allí iba para largo.

Volví a casa y me metí en la cama exhausta y aturdida, dándole vueltas a qué debía hacer con Miguel, y en seguida me venció el sueño. Y él me reveló la respuesta. Soñé que estaba en la peluquería lavándole la cabeza a la señora Pepa, me giré un momento para coger el champú, y al darme la vuelta, ya no era la señora Pepa quien estaba sentada en el lavacabezas sino Mariluz, aquella mujer menuda de mediana edad, de ojos profundos y sonrisa tranquila.

-Te he estado buscando como una loca, Mariluz...
-Ya te dije que te alejaras de quien no se quisiera a sí mismo.

Y al acabar de pronunciarlo, me desperté con un sobresalto sentándome en la cama. Esa frase me la había dicho cuando me leyó las cartas, pero en aquel momento no entendí lo que quería decir, y se perdió en un rincón de mi memoria. Era verdad, Miguel no se quería a sí mismo, y cuando uno no se quiere a sí mismo, no puede querer a nadie.

Al día siguiente, al llegar a la peluquería le dije a Susana que estaba decidida a no volver a ver nunca más a Miguel. Acordamos cerrar a mediodía, porque no venía mucha gente y ya tampoco nos hacía falta, y de paso me impedía a mí misma la posibilidad de encontrarme a solas con él. Entonces, empecé a odiar a Miguel con toda mi alma. Ni siquiera le di una explicación. Al principio quise escribirle un mail envenenado de rencor, pero al ponerme, me aturullaba con mil ideas y no sabía por dónde empezar. Él me enviaba mails preguntándome qué estaba pasando y volviéndome a declarar su amor como al principio. Al leerlos, pasaba del odio a la esperanza de que quizá pudiéramos estar juntos, pero en seguida se me escapaban las lágrimas, amargas de saber que en realidad no me quería, ni me iba a querer. Una noche, mientras bajábamos la persiana de la peluquería, lo vimos apostado en su coche esperando, y nos escapamos en sentido contrario. También vino una última vez a la peluquería a cortarse. No habló en todo el rato. Tenía los ojos inyectados en sangre. Lo atendió Susana. Al marcharse dejó una hoja de papel doblada. Era una carta, me decía lo mismo que en los mails, y además, me daba su móvil para que lo llamase. Pero yo ya no quería nada de él, y no por la frase soñada de Mariluz, sino porque ahora era yo quien tenía claro que Miguel no era el tipo de persona que yo quería.


El desenlace, mañana.
(No sé qué pasa últimamente, que el final feliz siempre llega en el capítulo V, ¿será una señal...?)

lunes, 24 de marzo de 2008

Body and soul- En las cartas III

Así empezó lo que yo siempre aseguré que jamás haría, liarme con un hombre casado. Desengáñate, no la va a dejar” y “si se lo hace a ella, te lo puede hacer a ti”, eran dos de mis sentencias preferidas susurradas al oído de clientas que, aprovechando el ruido ensordecedor de los secadores, me habían confesado tantas veces sus historias, calcadas a la que yo estaba viviendo, como si todas hubieran estado escritas bajo el mismo papel carbón. Pero yo me repetía que lo nuestro era diferente, y la frase “te encontrará con plástico en las manos” me acompañaba día y noche, como si la llevara tatuada en el pensamiento.

Venía los miércoles a la hora de comer, se lo tuve que contar a Susana porque cerraba la peluquería. Desde el principio me dijo que me estaba equivocando, que Miguel le daba mala espina, que le sacaba de quicio su extremada educación, que no le hacía ni pizca de gracia su humor tan correcto, que ese tipo de persona que nunca tiene una salida de tono en público y que siempre dice lo adecuado en el momento preciso, sólo puede esconder algo malo. Pero cada miércoles me encubría.

Al principio, Miguel siempre aparecía por la puerta sofocado, venía corriendo, me abrazaba y me aseguraba que estaba viviendo un infierno, que se sentía fatal mintiéndole a su mujer, pero que ya no la quería, que quería estar conmigo todos los días de su vida... Pero.... que si la niña estaba enferma... que si Sonia lo estaba pasando mal... que si no las podía dejar solas en un momento tan difícil... Sin embargo, las últimas veces, nuestros encuentros se resumían en un "cuánto te he echado de menos”, lo hacíamos, y él volvía a con prisas a la oficina. Yo no tenía su móvil, durante la semana nos comunicábamos por mail, aunque él sólo escribía desde el trabajo.

Cuando venía su mujer a la peluquería, no tenía estómago para atenderla yo, así que, lo hacía Susana. Yo me esforzaba por que me cayera mal, me imaginaba que era una mandona y una pérfida, una tipa insoportable y que ella misma le ponía los cuernos a él, y vete tú a saber si la niña era realmente de Miguel, así que, se merecía lo que le pasaba... Pero si en algún momento me atrevía a mirarla de reojo en el espejo, me daba cuenta de que Sonia tenía los ojos cansados porque la niña no le dejaba dormir, pero las ojeras le desaparecían cuando le preguntaban por su hija y los ojos le brillaban al hablar de ella a pesar de las noches en vela. Yo me esforzaba en odiarla, pero me lo ponía difícil....

Y un día, pasó lo que tenía que acabar pasando. Era un domingo por la tarde, salí con Laura a pasear por el centro y cuando vi a la familia feliz con el carrito, se me cayó el alma al suelo, y fue casi literal, porque por un momento creí que de verdad me iba a desvanecer, y me agarré al brazo de Laura, disimulando con un gesto cariñoso y la empujé a mirar los tenderetes de los hippies. Pero no pude evitar que los viera y nos acercamos. Al vernos, Miguel se quedó un momento parado, pero en seguida reaccionó, disimuló tan bien, que hasta me dio miedo por un instante. Después de los saludos y los besos reglamentarios, se inició una conversación en la que yo no podía participar porque no me salía la voz, y entonces Miguel se agachó y le dijo a la niña:

-Mira, Alba, esta es Marina. Ma-ri-na. Es la peluquera de la familia, le corta el pelo a mami y a papi. Y también te lo cortará a ti.

Cómo podía actuar tan normal, cómo pudo hacer aquel comentario, cómo podía estar tan seguro de que yo no montaría un numerito allí y destaparía el pastel, cómo podía ser tan cínico...

La siguiente vez que nos vimos, después de hacerlo sin apetecerme, aunque tampoco se lo dije, le insistí en que lo estaba pasando muy mal, que necesitaba que habláramos, y él me contestó que no se podía quedar más rato, que tenía que volver rápido a la oficina, que se lo contara por mail y que me contestaría al día siguiente, que aquel día tenía mucho trabajo. Y me dio un veloz beso de despedida. Me sentí una auténtica fulana.

Cuando llegó Susana, me encontró sentada en el suelo del cuartillo llorando a lágrima viva, ahogándome en sollozos... No era la primera vez, los últimos miércoles yo me había quedado siempre llorando al salir él por la puerta, sólo que esta vez sentí que había tocado fondo, que no podía más, que la historia con Miguel me estaba destrozando.

-Marina, esto no puede seguir así. Pero no ves que esto no va a ninguna parte y te está haciendo daño. ¡No la va a dejar, a ver si te enteras ya! Y mira, te digo una cosa, o cortas tú con él, o el miércoles que viene te juro por mis muertos que me quedo aquí esperando y le digo en su cara que es un cerdo y que se ocupe de su mujer y de su hija, que es lo que tiene que hacer en vez de ir por ahí de flor en flor...
-No digas tonterías...
-¿Tonterías...? Tonterías las tuyas que te has vuelto loca con las memeces que te dijo una tarada, o mejor dicho, una estafadora que te tiró las cartas y tú te la has creído con los ojos cerrados.
-No es una estafadora, ni una tarada...
-No, tienes razón, la tarada no es ella sino tú que te la crees...

No se lo dije a Susana, pero decidí que tenía que volver a ver a Mariluz, la mujer que me había echado las cartas.

Continuará... si no puedo para el viernes, el lunes que viene....

domingo, 16 de marzo de 2008

Body and Soul – En las cartas II


Que ya tenga pareja, esté casado e incluso con niños son posibilidades que una tiene que plantearse siempre que conoce a un hombre. En la jungla de la soltería, entre los alérgicos al compromiso, los emparejados que van por la vida en plan busco y comparo, los que no tienen claro en qué acera recalar y los simplemente más raros que un perro verde, una tiene que andarse con mil ojos. Pero de él, ni por un momento me quise plantear como posibilidad que tuviera pareja. Me obsesionaba la frase “te encontrará con plástico en las manos” pensaba que sólo podía referirse a él.

No sabía qué creer, me daba rabia que me hubiera mentido, por momentos lo odiaba y lo maldecía, pensaba que no quería volverlo a ver nunca jamás y que si aparecía por la peluquería le pensaba tirar el secador por la cabeza... Pero seguidamente me decía que tenía que haber una explicación, que a lo mejor no era feliz con su mujer, que yo también me había equivocado con mis anteriores parejas, que todo el mundo tiene derecho a buscar con quien ser feliz... que él estaba predestinado a mí...

Pocos días después, mientras estaba peinando a Laura, me di cuenta de que sabía quien era su mujer. Estábamos hablando de Sonia, una compañera suya del trabajo que no era del barrio pero que venía a la peluquería por recomendación de ella, cuando me acordé de la conversación que había tenido con Sonia hacía unos días.

- Mi marido vino el otro día. Le cortaste tú, ¿no?
- Pues no... no lo recuerdo... a lo mejor lo atendió Susana...
- Desde luego, vaya cambio, menos mal que lo convencí para que dejara de ir al barbero ese horroroso al que iba que lo dejaba como a un monje benedictino...

Y mientras lo recordaba con espanto, Laura me preguntó.
- Oye, y el tío aquel del flechazo... ¿lo has vuelto a ver?
- Pues.... sí.... pero es que resulta que me he enterado de que está casado...
-¡Uy, va de retro Satanás! Mejor no meterse en líos...
- No, no... mejor no meterse en líos...
- Por cierto, ¿cómo se llamaba?
- ... Mmmm... Manuel...

Me dolió muy adentro, le acababa de mentir obscenamente a una de mis mejores amigas, e intuía que ese era sólo el principio...

Sonia me caía muy bien, era una chica majísima, había tenido una niña hacía un año, me había enseñado fotos de ella, me había explicado lo mal que lo habían pasado ella y su marido los primeros meses porque la niña comía poco y no dormía bien, no recordaba que nunca se hubiera quejado ni hubiera hablado mal de él, costumbre bastante habitual de las clientas de la peluquería.

Dos semanas después de verlo, Susana me dijo un día:
-Por cierto, te quería contar que ayer a mediodía, cuando te fuiste a comer, vi a ése que ha venido un par de veces, el que tiene a su padre en la misma residencia del marido de la señora Pepa, parecía como si quisiera entrar, pero no, sólo miró y pasó de largo, me pareció un poco raro...

Sabía que tarde o temprano iba a venir, y ahora ya podía estar casi segura de que cuando estuviera sola. Imaginé mil posibles conversaciones con él, mi interrogatorio, sus explicaciones, mi enfado, secadores que volaban, insultos, disculpas, perdón, besos... El día que vino, no fui capaz de decir nada de lo que había previsto.

-Necesito hablar contigo, Marina.
-Vamos dentro, al cuartillo.

Me dijo que desde hacía semanas no podía dejar de pensar en mí, que no sabía lo que le pasaba, que hacía tiempo que no estaba bien con su mujer, que con la niña todo había empeorado, que no sabía lo que hacer, que estaba hecho un lío, que se estaba volviendo loco...

Y a mí se me nubló el sentido. No dije nada. Nos miramos un instante en silencio y nos besamos.

Nos arrancamos la ropa y lo hicimos sobre la camilla de la depilación como si se nos fuera la vida.

La continuación, a la vuelta de Semana Santa...

jueves, 13 de marzo de 2008

Qué semanita he tenido de excursiones para conocer el apasionante mundo de los peces...
Para mañana no voy a poder tener el segundo capítulo, estoy exhausta...
Pero del lunes no pasa.
(je, porque yo ya empiezo las vacaciones mañana a mediodía :)

domingo, 9 de marzo de 2008

Body and Soul – En las cartas I


No olvidaré nunca cuando vi por primera vez a Miguel. En ese justo instante estaba poniéndole el tinte con los guantes a una señora que, con las dos piernas estiradas, me señalaba con una mano los juanetes que deformaban sus pies descalzos. Al oír que se abría la puerta, giré la cabeza y cuando lo vi bajo el dintel, tuve la impresión de que lo conocía, pero no sabía de qué. Y en aquel momento me acordé de aquella frase:“No hace falta que lo busques, él vendrá a ti. Te encontrará con plástico en las manos”.

Me la había dicho dos años antes una mujer que me había echado las cartas, y no había vuelto a recordar aquellas palabras hasta entonces. Cuando decidí poner la peluquería con mi socia, tuve unos días de pánico al ser consciente de la responsabilidad y la cantidad de deudas que estaba a punto de contraer, y entonces Laura me propuso ir a ver a una mujer que le había echado las cartas a ella hacía un tiempo. Yo siempre había sido muy reacia a esas cosas paranormales, sentía entre escepticismo y miedo, pero lo que Laura me había contado que le había dicho aquella mujer me había impresionado mucho, así que, agarrándome a un clavo ardiendo, me atreví a ir. Yo no sé si se puede ver la vida de una persona en unas cartas, o si aquella mujer es muy lista y me caló entera sólo con verme, pero tengo que reconocer que aquella señora que habló sola durante una hora sin hacerme ni una sola pregunta y únicamente me pidió que barajara la cartas, hiciera tres montoncitos y luego los reuniera y se lo diera con la mano izquierada, me dijo cosas de mi vida pasada que era imposible que supiera, predijo hechos que me han sucedido después y me dio algunos consejos que me han ayudado mucho.

Me dijo que el amor no me iba a llegar aún porque primero tenía que dedicarme al trabajo, y que aparecería cuando fuera feliz con mi vida. Entonces pronunció aquella frase que había olvidado y recordé al ver a Miguel por primera vez y añadió: “Será un hombre bueno, y él sí te querrá de verdad”. Y, después de hacer una breve pausa mirando fijamente las cartas, continuó: “No volverás a dejar que ningún hombre te levante la mano”. Y al oírlo, me eché a llorar.

Desde que le empecé a lavar la cabeza hasta que se fue, estuvimos charlando todo el rato, era como si nos conociéramos de siempre, sus gestos y su manera de hablar me recordaban a alguien que no atinaba a saber quién. Hablaba de él en singular, y en un momento en el que dijo un “fuimos”, se corrigió a sí mismo y utilizó el singular.

Los días siguientes estuve fantaseando con él, incluso le conté entusiasmada a mis amigas lo que había sucedido. Al cabo de unos días se me pasó un poco la emoción, aunque cuando caminaba por la calle encontraba a muchos hombres que me recordaban a él y la frase "te encontrará con plástico en las manos" acompañando la imagen del momento que lo conocí, me rondaba a menudo la cabeza.

La segunda vez, llevaba toda la mañana inquieta, y sin saber por qué, miraba continuamente hacia la puerta al menor ruido. Pensé que me había tomado demasiado café. Cuando lo vi aparecer, me quedé sin habla, no hacía aún un mes que había venido a cortarse. Aquel día saltaban chispas entre los dos con sólo mirarnos. Yo me esmeré en hacerle mi mejor masaje de cabeza después de lavársela, lo dejé extasiado. Mientras le cortaba, buscábamos el roce todo el rato. Me preguntó si a todas horas teníamos tanta gente, y le dije que a mediodía casi no venía nadie, pero no cerrábamos y nos turnábamos mi socia y yo para ir a comer a casa.

Justo cuando lo estaba despidiendo en la puerta, entró la señora Pepa. Ella lo saludó muy efusivamente y él se quedó impávido. La señora Pepa le preguntó por su padre, que al parecer estaba en la misma residencia que su marido.

-Y tu niña, hay que ver lo guapa que es. ¿Tú has visto a su hija, Marina?
-No, no la conozco...
-Pues es más salá... y es igual de guapa que su madre...


Continuará el viernes...

domingo, 2 de marzo de 2008

Vosotras diréis que desde que Claudia ha encontrado el amor de su vida, el mundo se ha parado también en este blog. La verdad es que ahora tengo muchísimo trabajo y seguramente hasta la semana que viene no podré escribir nada. Aún no he decidido si empezar con Marina y su historia con el casado o con Laura y su ataraxia con los hombres, que también promete lo suyo.
A ver en qué me inspiro más esta semana... ;)