Aunque eran las siete de la mañana, ya hacía un calor para morirse. Y el día prometía, porque en la peluquería me esperaba el aire acondicionado estropeado, y podía poner la mano en el fuego a que los técnicos, que llevaban tres días dándome largas, no vendrían a arreglarlo. Pero yo me desperté contenta. Elegí un top de tirantes naranja fresquito para ponerme bajo la bata, sabiendo que iba a sudar la gota gorda. Hacía semanas que estaba de buen humor, por nada en especial, y por todo el general. La peluquería nos iba muy bien, no hacía nada espectacular con mi vida, pero me sentía bien conmigo misma. Hacía mucho que no había visto a Miguel, que había dejado de venir a la peluquería a cortarse, aunque sí que me iba enterando de algunas cosas de él a través de Laura, a quien al final se lo conté todo. De vez en cuando me acordaba de él, ya no lo odiaba, pero recordaba perfectamente lo mal que se había portado conmigo. En cualquier caso, prefería no volverlo a ver más, que la carne es débil y la mente, aún más. Al parecer, Sonia no se llegó a enterar, pero yo seguía sin poder atenderla y lo hacía Susana.
Después de desayunar, volví a llamar al técnico, a sabiendas de que me iba a tomar por el pito del sereno, como así fue, pero había que insistir. Fui a los chinos y compré cuatro ventiladores y unos cuantos abanicos y tuvimos la puerta de par en par todo el día, pero la calor allí no se podía aguantar. Aunque nosotras le echamos valor y alegría al asunto, y a las cuatro de la tarde en plena calorina, hasta hicimos imitación de los Locomía acompañadas de dos clientas septuagenarias.
Por la noche, antes de cerrar, salí a tirar las basuras.
Mientras estaba echando los plásticos en su contenedor, de repente, algo me hizo girarme, y vi que estaba esperando detrás de mí un chico con chancletas de la playa, pantaloncete del Barça y camiseta de los Mojinos Escocíos que sujetaba en la mano una bolsa del Mercadona llena de plásticos. Al girarme, me sonrió y yo le sonreí. Le brillaban los ojos, estaba despeinado, como un niño travieso, aunque él tenía cara de niño bueno. Me pareció guapísimo.
- Perdona..., ¿tú sabes dónde puedo encontrar una ferretería por aquí cerca? – me dijo cuando yo ya me iba.
- Pues mira, hay una en la calle Jabonería, giras allí en la esquina a la derecha y es la segunda, es paralela a esta.
- Vale, gracias... es que, cuando se llega nuevo a un sitio, hasta que no pasa un tiempo, va uno más perdido que un pulpo en un garaje.
-Sí, je je. ¿Te has comprado un piso aquí?
- No, no... es de alquiler, pero voy a hacer unos arreglos y voy a pintar...
- Claro... – sin saber cómo continuar
- Bueno... pues.... ya nos...
- ...Por cierto, que una de las cosas más importante es saber donde hay una buena peluquería, así que te informo que la mejor es aquella de allí...
-¿Dónde? Aquello que dice, bodi... algo en inglés, ¿no?
- Sí, Body and soul. Muy internacionales somos... viene la crem de la crem a peinarse...
-Pues sabes qué te digo, que si tenéis aire acondicionado voy mañana a cortarme y de paso echo un rato al fresco, que en mi piso no se puede estar...
-Claro que tenemos aire acondicionado, tú qué te crees, que mi peluquería es de categoría...
-Vale, pues entonces, mañana me voy a pasar después de comer que es cuando hace más calor...
- Realmente tendrías que ser muy gafe para que el día que vinieras estuviera estropeado...
- Entonces, ¿tú eres peluquera...?
- Sí...
- Pues si tú estás ahí, debe haber cola de tíos sólo para verte a ti...
- Ja ja, no tanto...
- Bueno, pues mañana voy a poner mi cabeza en tus manos... Sobre todo, no te olvides de poner el aire acondicionado...
-No te preocupes, será lo primero que haga en cuanto llegue...
Cuando volví a entrar en la peluquería, la vista se me fue hacia una caja de guantes, del tipo de los que utilicé para ponerle el tinte a la señora Pepa cuando vi a Miguel por primera vez, que no recordaba haber dejado sobre uno de los peinadores, y leí: “guantes de látex”.