Diez años más abriendo muñecas rusas
Hace unos días ya os hablé de la gran Rosetta Forner (gracias Montse) y hoy os voy a comentar otro punto de ese grandísimo libro La reina que dio calabazas al caballero de la armadura oxidada, a ver qué os parece.
Todas las edades con cero impresionan porque representan simbólicamente principios y finales de etapas que nosotros mismos nos imponemos. Los treinta son especialmente significativos y críticos porque cuando uno es joven cree que esa es la edad en la que uno debería ya haber conseguido todas esas cosas que la sociedad te dice que idealmente deberías tener. Y como hemos comprobado en nuestras propias carnes, nada más lejos de la realidad en la mayoría de los casos.
La cuestión es que hasta los treinta simplemente no hemos tenido tiempo de vivir y de aprender lo suficiente, hemos ido vagado un poco al tuntún por la vida y no es hasta ese momento cuando nos empezamos a plantear seriamente las cosas y nos empezamos a preguntar quienes somos, quienes queremos ser y qué es lo que realmente esperamos de la vida, y es en ese momento cuando empezamos a ser realmente aprendices de nuestra vida, cuando empieza el verdadero rodaje, y parece ser que es a partir de los cuarenta (sí, sí, los cuarenta) cuando el proceso empieza a dar su fruto y empezamos a tener las cosas claras.
Pero ojo, que no es que al cumplir cuarenta automáticamente uno se vuelva lúcido y seguro y ya sepa tomar las decisiones en su vida que realmente le benefician, de eso nada, si no se han hecho los deberes antes, no se aprueba porque esto es evaluación contínua, y saberse la teoría está bien, pero si no se pone en práctica no sirve de nada: hay que vivir, tomar decisiones, arriesgarse, equivocase, probar, volver a probar, retirarse, reflexionar, reconocer los errores, aprender de lo vivido...
De hecho, hay que decir que mucha gente no se plantea nada de esto, y si alguna vez les surge la duda de si están haciendo con sus vidas lo que realmente desean, enseguida la acallan (claro, que esto también tiene sus consecuencias, en forma de infelicidad, depresiones, ansiedad, enfermedades psicosomáticas... y no es en absoluto exagerado). Cada cual tiene que decidir si sigue en el río que lo lleva o si sale y se pone a andar con sus propios piececitos por tierra firme.
Llevando esto al terreno sentimental, que es lo que realmente nos interesa, mientras uno no se encuentra a gusto consigo mismo y no tiene una buena autoestima, no puede tener una relación de pareja satisfactoria. Además, tenemos como una especie de radar que hace que nos atraigan personas que se encuentran en nuestra misma situación (o incluso mucho peor, si padecemos el síndrome de Madre Teresa de Calcuta), así que, mientras nosotros no tengamos las ideas claras, ni atraeremos ni nos atraerá alguien que sí las tenga.
Así que, yo, después de haber leído y asimilado todo esto que os cuento, me gusta la idea de verme a mí misma como una pequeña exploradora y aprendiza de la vida, aprendiz en el sentido exacto de la palabra, como quien empieza a conocer un oficio con el fin llegar a dominarlo y acabar siendo un maestro.
Ahora me estoy acordando de esa estupenda película, Las muñecas rusas, que compara la búsqueda del amor con ir abriendo muñecas rusas: cada vez que abres una, no sabes si la otra va a ser la última. Pues nada, que me quedan al menos diez años abriendo muñecas rusas...