domingo, 29 de junio de 2008

A polis y ladrones - El mirón (VI)

Primera parte

El policía que me enseñó la web y me volvió a tomar declaración fue el agente Santiago, al que poco tiempo después habría de llamar Santi, y apodado por mí antes de conocer su nombre, el sonrisas. No sabía por qué, pero, desde el día que él y su compañero estuvieron en mi casa, cuando yo hice aquella declaración tan penosa y a él se le escapó media sonrisa, se me había quedado una espinita clavada y deseaba tener la oportunidad de volverlo a ver sólo para demostrarle que no estaba loca, o al menos, no tanto.

Mientras me enseñaba la página de internet se sentó a mi lado y su olor me recordó al sauvignon blanc, un vino muy controvertido que, o bien uno lo detesta porque le huele a pis de gato, o bien te encanta como a mí, que me huele intensamente a piel. Mi conversación con él fue de lo más normal y del todo profesional por su parte, pero, desde que Santiago me entró por la nariz, ya no lo pude sacar de mi cabeza.

Los días siguientes, excitada por el éxito de mi primera colaboración con la policía y por la perspectiva de volver a ver a Santiago, no dejaba de pensar que tenía que seguir haciendo averiguaciones sobre el caso del mirón aprovechando mi privilegiada situación de vecina. Pero no sabía por dónde empezar. Y un día, mientras fregaba los platos y miraba hacia la ventana desde donde la intimidad de los vecinos había sido robada, se me ocurrió que quizá si conseguía entrar en su habitación podría descubrir algo. Empecé a pensar que, para entrar, podría hacerme pasar por comercial de Timofónica, o revisora del gas, o instaladora de adsl, o fumigadora de cucarachas, aunque no acababa de ver yo clara ninguna de estas opciones.

Una noche, oigo música del Bisbal a todo trapo, e impelida hacia la ventana para ver de dónde viene, veo que en el piso del fallecido tienen las ventanas de par en par y se ve a multitud de jovenzuelos en una fiestaza del copón. Al parecer, el período de duelo por el homicidio de su compañero había pasado, o debían pensar aquello de que el muerto al hoyo y el vivo al bollo. En cualquier caso, me dije que a la ocasión la pintan calva y que no podía desperdiciar aquella oportunidad. En aquel momento me alegré de mi aspecto juvenil y de que siempre me echen diez años menos de los que tengo. Rebusqué en el armario y encontré un top que se había dejado mi sobrina en casa, que decía “Do you wanna be my lover?”, me puse una mini-minifalda tejana que sólo me atrevía a ponerme para ir a la playa, me hice dos coletas, y rematé con unos zapatos rojos de tacón, y cuando me miré al espejo, me pareció que tenía suficiente aspecto de lolita y recé por que en aquella fiesta no hubiera ningún alumno mío. Cogí unas cervezas, las metí en una bolsa y salí de casa. Afortunadamente, cuando llegué al portal, había un grupo de chicos que ya venían entonados y que indudablemente iban a la fiesta, y, entre risas y tonterías, subí con ellos y acabé colándome en el piso.

Lo que pasó en la fiesta, el miércoles...

jueves, 19 de junio de 2008

A polis y ladrones - El mirón (V)

Así que, me llevé el hallazgo prueba de mi cordura a casa, pensé en limpiarlo un poquito, porque tenía churretones malolientes de vete a saber tú qué se le había enganchado en el contenedor, pero en ese momento me asaltó una visión de Grissom y caí en la cuenta de que podría eliminar huellas, fibras, cabellos, sangre, restos biológicos o cualquier microscópica partícula animal, vegetal o mineral que pudiera o pudiese resultar clave para el caso. Conque, me enfundé los guantes rosa de fregar los platos y lo examiné cuidadosamente. Estaba roto, pero se veía que era un periscopio muy sofisticado con cámara y todo. En mi época la mayoría de estudiantes éramos más pobres que una rata, pero hoy en día, cualquier renacuajillo de ocho años tiene una PDA y va de su casa al cole guiándose del GPS. Me reí para mis adentros pensando en la cara que me iba a poner el policía risitas.

Al día siguiente, me llevé a Ana envuelta en una bolsa de basura al trabajo, y la dejé en un rinconcillo de la sala de profesores, sabiendo que una porquería más por allí en medio no iba a llamar la más mínima atención, y al acabar las clases me dirigí a la comisaría. Mientras me acercaba a la puerta, me espanté al ver la cola que se perdía en el infinito y más allá, dándole la vuelta a la manzana. Al llegar a la puerta vi que, de hecho, había tres colas: la interminable, que salía del lado izquierdo de la puerta; otra también larga, aunque no tanto, que salía del lado derecho; y una tercera, la más corta de las tres, enfrente de la puerta. Así que, ni corta ni perezosa, me acerqué al policía que hacía de portero y le pregunté:

- Yo es que vengo a traer la prueba de un crimen, ¿tengo que hacer cola?
-Por supuesto señorita. ¿Usted es extracomunitaria, comunitaria no nacional o nacional?
- ¿...nacional....?- no lo afirmé muy convencida, tuve que pensarme por un instante qué era yo...
- Tenga usted - y me tendió un número como el que te dan en la pescadería.

Afortunadamente, me tocó la cola más corta. Nunca en mi vida me había alegrado tanto de no ser extracomunitaria. Al poco rato entré y me pasaron con un agente que me tomó una breve declaración y me dijo que analizarían el objeto y ya me dirían algo. No vi al sonrisas y mi declaración pasó sin pena ni gloria.

Al cabo de unos días me llamaron de la policía para que acudiera a la comisaría. Y cuando fui, yo ya noté de entrada que se me trataba con un cierto respeto y credibilidad. Hasta me preguntaron si quería un café de la máquina mientras esperaba. Me enseñaron una página web en la que nuestro amigo de Cardona había colgado vídeos de casi todos los vecinos, probablemente grabados con el periscopio-anaconda, donde los visitantes votaban el que más le gustaba: en un video salía yo, fregando los platos mientras cantaba, aunque afortunadamente no se oía la voz; en el piso de nuestro presidente, un hombre desconocido, enmascarado con cuero y asiendo un látigo en la mano, bajaba la persiana del comedor; a Paco se le veía mirando un partido del Barça ataviado con el chándal oficial de la selección española, en la postura meditativa del loto y con un vaso de cola-cao al lado; a los Serrano se les veía en la ducha procreando, o simplemente fornicando, las imágenes no despejan esta duda; a Patricia se le ve en paños menores delante de un espejo de cuerpo entero decidiendo si combina una falda de Prafa con una camiseta Dolze Gapana o viceversa; el señor Mateu sale en el piso de sus inquilinos, subido a una silla, dejando la lámpara de ocho brazos del comedor con una sola bombilla, en gesto ostensiblemente ahorrativo, y seguidamente la cámara recoge a Doña Urraca abriendo la caja fuerte con apertura de cámara acorazada introduciendo un fajo de billetes; en el piso maldito se apreciaba una sombra con perfil humano subiendo la persiana; en casa de los Riba, se ve a la abuela haciendo sus necesidades y después a su hija limpiándole, este era el video más visto y también el más votado, seguido del de los Serrano. Y los menos votados, el de Paco y el mío, aunque, tengo que admitir que hasta Paco haciendo el loto delante de la tele y bebiendo cola-cao había recibido más votos que yo. Y eso me dolió. Es como cuando pasas por delante de una obra, si los obreros te dicen procacidades te parecen unos cerdos, pero si no te dicen ni mu, te baja la autoestima. A mí no me hace gracia que me saquen en internet sin mi consentimiento, pero haber despertado tan poca expectación en el ranking, me hiere el amor propio. Me sorprendió que no hubiera ningún vídeo de la violinista, y pensé que, una vez más, se confirmaba que era la más lista de todos y se resguardaba de miradas indiscretas.

Continuará, el lunes que viene...

domingo, 15 de junio de 2008

Realidad y ficción

Al hilo de la historia que ahora ocupa el blog, no me puedo resistir a ofreceros un impagable documento sociológico-vecinal sobre el caso del que os hablé hace unos días, el de una serpiente y sus crías que se han instalado cómodamente en un edificio de Motril del que no hay manera de echarlas. He colgado el video en el Youtube porque era muy grande para el blog.

Pinchad aquí para verlo.

El lunes del que hablan en el video es mañana, a ver si nos enteramos de cómo acaba la historia.

(Por cierto, yo desde el Mozilla lo veo perfectamente,
pero desde el Explorer se corta.)

El siguiente capítulo de “El mirón”, el miércoles.

domingo, 8 de junio de 2008

A polis y ladrones -El mirón (IV)

Mientras contemplaba a mis convecinos manifestar en público sus más superficiales pensamientos, opiniones más prejuiciosas y valoraciones menos razonables, me pregunté para mis adentros si sería posible que el homicida fuera uno de ellos, así como si un criminal puede ser más tonto que una alpargata o tiene que ser por fuerza un ser inteligentísimo como Aníbal Lecter. Y aún me asaltó un tercer dilema: ¿qué tipo de persona se supone que alberga el alma de un asesino...? Al no ser capaz mi intelecto de responder a ninguna de mis tres dudas existenciales, decidí voluntariamente desconectar mis neuronas para no cansarme mucho y continué contemplando el espectáculo como quien mira la tele para olvidar sus penas.

Al día siguiente, dos agentes de las fuerzas del orden público, debidamente uniformados, se personaron en mi domicilio habitual, inquiriéndome si podía aportar datos a la investigación. Aquel era mi momento de gloria, porque estaba segura de que el asunto de la anaconda tenía que ver con el asesinato del chico de Cardona. Yo ya me había imaginado a mí misma declarando hasta delante del juez, como el testimonio de excepción que había dado la información clave para dilucidar el caso, incluso había soñado que, en agradecimiento a mi inestimable colaboración, le habían puesto mi nombre a una plaza que habían construido encima de un párking, por cierto, la plaza un poco fea, sin un solo arbolillo ni triste parterre con florecillas o césped, nada, de cemento puro y duro, que si van los niños allí a jugar se desuellan vivos las rodillas, pero no me voy a poner quisquillosa, tampoco voy a exigir que le pongan mi nombre a algo así como el Parque Güell . Sin embargo, en vez de mi soñada actuación estelar, me estrellé con todo el equipo.

En cuanto empecé a explicarle a los agentes lo de la anaconda y apercibí su fruncimiento de cejo de incredulidad, me di cuenta de mi craso error, y de que en estos tiempos que corren, ser profesor no es garantía de cordura, sino de todo lo contrario, así que, quise arreglarlo y explicarlo de otra forma más verosímil y entonces dije que yo llamaba Ana a la anaconda y que creía que en realidad era un artefacto que me grababa mientras fregaba los platos para vete tú a saber si colgarlo en alguna página de esas guarrillas. A uno de los agentes se le escapó una sonrisilla. No me dejaron acabar, me dieron las gracias cortésmente e hicieron mutis por el foro. El hecho de que hubiera una botella de vino abierta en la mesa del salón tampoco ayudó mucho a mi credibilidad.

No sólo sentí vergüenza propia, sino también vergüenza ajena desde el superyó freudiano, ridícula al cuadrado. Mira que he leído yo novelas de Agatha Christie, y será que no he visto veces los capítulos de Colombo y Se ha escrito un crimen, en castellano y en catalán, y como producto nacional, El Comisario, para que cuando tengo una oportunidad de participar en un caso real, acabar haciendo una declaración tan sumamente patética. Con lo bien que me salen los discursos cuando los pienso, lo torpe que soy luego cuando los digo.

Los días siguientes, hice pagar mi frustración a mis alumnos poniéndoles ejercicios sobre los phrasal verbs hasta la repugnancia.

Unos días más tarde, fui a bajar la basura, y al apretar con el pie el pedal para que se abriera la tapa del contenedor, vi que, de entre las basuras, emergía algo que se parecía a Ana. Como no era lo que esperaba encontrar en ese momento ni lugar, me asusté y dejé ir el pedal, con lo que la tapa se volvió a cerrar. Y haciendo caso omiso de la sabiduría popular que sentencia que la curiosidad mató al gato, volví a apretar el pedal lentamente, y pude constatar que efectivamente era mi Ana y también que no me iba a morder. Tenía que sacarla de allí, aquello era la prueba de mi cordura. Aunque claro, la operación era bastante complicada dada mi poca estatura, alargando el brazo simplemente no llegaba, así que, coloqué la bolsa de basura sobre la barra que hacía de pedal para que aguantara la tapa abierta y de un brinco me subí apoyando el estómago en el borde del contenedor. Mientras me agarraba con la mano derecha al contenedor, el brazo izquierdo se alargaba para alcanzar a Ana, rogando que no se me cayera la tapa encima. Cuando la hube asido, salté de nuevo a tierra firme. Aunque estaba roto, cuando lo saqué vi perfectamente lo que era, un periscopio, y visto desde lejos podría parecer una serpiente. Ajá, me dije, se va tragar su sonrisilla el madero ese... Cuando volví a entrar en el portal, ufana de mi hallazgo, me di cuenta de que la luz del portal estaba encendida... Qué raro, pensé, si no había visto que entrara ni saliera nadie durante aquel rato...

Continuará, la semana que viene...

domingo, 1 de junio de 2008

A polis y ladrones - El mirón (III)


Yo ya me había dado cuenta, a medida que me acercaba, que había coches en triple fila y un gentío en la entrada del portal de al lado que no era nada normal. Menos mal que la Paqui me avistó a tiempo y me informó de lo que había acontecido. Al parecer, el chico de Cardona había bajado durante la noche, por motivos que se desconocen, al portal, se presume que sólo por un momento, pues lo encontraron en zapatillas y ropa de andar por casa, y allí lo degollaron de manera bastante torpe ya que el asesino, seguramente neófito, hizo una escabechina con su cuello porque no lo conseguía matar con un cuchillo grande pero poco afilado, según palabras oídas por la Paqui entre el forense y el juez cuando después del levantamiento del cadáver se fueron a tomar un carajillo a su bar y ella se puso a barrer distraídamente alrededor de ellos. Quien encontró al finado fue el señor Mateu, cuando a las cinco de la mañana pasó por delante del portal contiguo de camino al tren, que aunque no tiene que estar en el arzobispado hasta las 8, como coge la Renfe, se va 3 horas antes porque no se permitiría a sí mismo por nada del mundo llegar tarde a su trabajo pues, a quien madruga, Dios le ayuda.

Cuando me hubo revelado los pormenores del caso, decidimos acercarnos y hacer lo que hace la gente normal allí donde ha ocurrido una desgracia, que es ir a fisgonear. Entre la muchedumbre, vimos varias cámaras de televisión y periodistas que recogían el testimonio de los vecinos. Mientras Doña Urraca, con su atuendo habitual de los últimos veinte años que emanaba alcanfor en un kilómetro a la redonda, se lamentaba ante las cámaras de “Está ocurriendo que qué vergüenza, que aquello iba a dar mala fama al barrio, que qué iban a decir de ellos en toda España y parte del extranjero, y que Dios tenía que castigar a quien hubiera cometido aquel crimen, que tenía que ser por fuerza ateo o moro, “El látigos” afirmaba categóricamente a “España en vivo” que había que actuar con contundencia, que tendría que caer todo el peso de la ley sobre el culpable, y que en este país era necesario un endurecimiento de las penas, aunque interrogado por la periodista sobre la pena de muerte, él contestó que a tal extremo él no llegaba nunca. El niño de los Riba, que llegaba del cole y venía con la mochila a la espalda, se había puesto detrás de nuestro presidente haciendo muecas y gestos obscenos a la cámara y su hermana, tapándose los hierros de la boca con una mano para que no salieran por la tele, tiraba del brazo de su hermano con la otra. El reportero de TV3 fue a la zaga de la violinista cuando ésta se disponía a entrar en nuestro portal, pero se lo quitó de encima arguyendo que tenía prisa, que la estaba esperando un alumno, y encontró el testimonio de Patricia, que lloraba desconsoladamente asegurando que el dramático suceso le había quitado las ganas de irse a su nuevo piso, bajo la mirada despavorida de su madre. Paco, con pantalón y camisa de lino, totalmente de blanco, desprendiendo calma y espiritualidad, atendió al reportero de “El programa de Mari Pili”, y a la pregunta de si sabía si existía alguna relación sentimental entre la víctima y sus compañeras de piso, y si creía que podría tratarse de un crimen pasional, él respondió: “Como diría Confucio, saber que se sabe lo que se sabe y que no se sabe lo que no se sabe, he aquí el verdadero saber”. Y ajenos a todo, Nuria y Miquel, “los Serrano”, llegaban con su bebé en el carrito, volvían de ir a buscar los papeles para adoptar una niña china y venían hablando animadamente de ello, sin enterarse de nada de lo que pasaba, ni falta que les hacía, tan felices ellos.

Continuará la semana que viene, con el primer encuentro con la policía y Laura metiéndose de lleno en el ajo...