Los días que siguieron fueron geniales, aunque no hablábamos nunca de nosotros como pareja, simplemente estábamos juntos, como si el mundo se hubiera detenido en el mes de agosto en China y no existiera ni antes ni después. Y aunque yo no quería pensar en nada más que no fuera lo que estaba viviendo en aquel momento, no podía evitar que a veces me asaltara al pensamiento su frase “no sé si podré volverme a enamorar”, que inmediatamente disipaba de mi mente. Porque yo sí que me estaba enamorando y no lo podía remediar.
Pero, cuando llegamos a Xi’an, la euforia que nos había acompañado durante el viaje se convirtió para mí en inquietud. Xi’an representaba casi el final del viaje, desde allí cogíamos el avión de vuelta para Beijing, al día siguiente él volvía a España y mi avión salía dos días más tarde. Yo estaba tensa, lo que quería preguntarle y no me atrevía me carcomía por dentro.
La penúltima noche, antes de coger el avión para Beijin, decidimos hacer una ascensión nocturna con linterna a las cumbres graníticas de Hua Shan, para ver la salida del sol por el pico sur. No éramos los únicos que lo hacíamos, e incluso por el camino nos encontramos puestecillos de té y refrescos para los excursionistas.
-¿Tú has subido alguna vez a la Mola de noche?- le pregunté linterna en mano
-Sí, hace un montón de años...
-Pues yo de noche no he subido nunca...
-Si quieres, podemos subir el primer fin de semana cuando volvamos- me dijo mirándome fijamente con sus ojos que hacía muchos días que habían dejado de ser tristes, y a mí me pareció que con aquello ya estaba todo dicho, que no hacía falta aclarar nada, y mi desazón de los últimos días desapareció.
Cuando días después nos despedimos en el aeropuerto de Beijin, me preguntó si alguien me iba a ir a recoger a Barcelona, y yo, que ya le había hablado de mi extensa familia, le expliqué que vendrían en pleno a recibir a la hija pródiga que se había ido por esos mundos de Dios, así que, quedamos que lo llamaría cuando llegara. En cuanto desapareció por la escalera mecánica, me entró pánico de repente. Pensé que tenía que preguntarle si me quería antes de que cogiera aquel avión, porque de hecho, en ningún momento habíamos hablado de nosotros ni del futuro, lo único que nos habíamos dicho era que íbamos a ir a la Mola de noche el fin de semana siguiente. Subí corriendo las escaleras mecánicas pero me encontré con una muchedumbre, intenté avanzar entre la gente pero me topé con gruñidos y quejas y acabé desistiendo.
Estos dos días que han pasado desde que se fue, me he debatido entre el desasosiego por no saber qué va a pasar cuando vuelva y la calma que me pedía algo muy dentro de mí.
Como antes de irse me dijo que me enviaría un mail en cuanto llegara, hoy he buscado un sitio donde conectarme. Y tengo un mail suyo. Me dice que lo primero que ha hecho al llegar a Sabadell y dejar la mochila ha sido ir a donde yo le dije que vivía a mirar mi nombre en el buzón, para asegurarse que de verdad existo y voy a volver.